Ese es el ambiente que percibía hoy en el embalse de San Andrés de los Tacones, la máquinas paradas dan un respiro a la avifauna, el Texu centenario asediado por dos de estas grandes máquinas situadas a escasos metros; algo es algo, no están metidas por su copa ni aparcadas debajo.
En las cercanías un pequeño grupo de Garcilla bueyera Bubulcus ibis, permanecen en actitud vigilante, es como si quisieran suplir la falta de efectivos de la Guardería de Medio Ambiente; la granizada que comenzó a caer no me permitió indagar mucho sobre su actitud, la copa del Texu me dio un confortable refugio.


Varios ejemplares de Garza real Ardea cinerea, se dejan ver posados en los sauces de la cola del embalse, después de ser levantados del margen contrario por un paseante habitual que se mete por cada recodo. Aprovecho la ocasión para realizar una fotografía a un ejemplar relativamente cercano, la maraña de cañas no permite que se vea en todo su esplendor, pero se aprecia lo suficiente.
Algo más lejana y con peor luz se encuentra la Garceta Común Egretta garzetta, parece que en este trecho del camino se hubiesen puesto de acuerdo las aves para contemplar la vida desde la altura, puede que la perspectiva sea algo más agradable que con las patas en el suelo.
Con tanta Ardeidae, me viene al recuerdo la ocasión en la que he visto en este lugar la Garceta grande, ya hace tiempo que no la consigo ver tan cercana.
Por asociación de ideas, esta garceta me recuerda a un libro de poesía “Garcetas blancas” de Derek Walcott; la poesía con la naturaleza está tan ligada, como lo pueda estar con el amor o con cualquier tema social.

Las preocupaciones por la conversión del paraíso caribeño en un parque temático para turistas, mostradas en la poesía de Derek Walcott , nos debiera servir de reflexión de lo larga e implacable que es nuestra huella ecológica.
“Tienen el color de las cascadas y las nubes, las garcetas”
El camino también tiene su música, el canto de las aves me hace buscar con la vista a los responsables de los trinos que llegan a mis oídos, el Petirrojo europeo Erithacus rubecula, es uno de los autores de esa música, con sus cantos insistentes ya delimita el territorio, un claro aviso para rivales.

Ya como despedida, salgo arreando como la Gaviota que esto está quedando demasiado largo y se hace tarde.